La milpa

Enrique Vela

Lo que ahora llamamos milpa, ese espacio en el que se cultivaban en armonía biológica y económica eficiencia los productos que constituían la base de la dieta prehispánica, puede ser visto como un logro cultural de grandes alcances. En ella, a la par del maíz –el alimento por excelencia entre los pueblos mesoamericanos– se cultivaban otras plantas, como la calabaza, el tomate y los frijoles, y se permitía el crecimiento de distintas yerbas, llamadas genéricamente quelites. Con esto no sólo se aprovechaba la interacción entre especies que permitía su mejor desarrollo –el mejor ejemplo es la manera en la que la mata de frijol ayuda a fijar en el suelo el nitrógeno que ayuda a crecer al maíz–, sino que prácticamente se conseguían todos los nutrientes necesarios. De la milpa procedían los productos básicos de la dieta, esos que el hombre prehispánico había aprendido a cultivar a lo largo de los siglos y los que habían terminado por adaptarse a las necesidades humanas.

Esas plantas, en respuesta a sus continuos cuidados, ofrecían al hombre, a diferencia de sus ancestros silvestres, mazorcas más grandes y en mayor cantidad (en el caso del maíz), frutos de mayor tamaño y sabor más agradable (como la calabaza y el tomate), y semillas más abundantes y susceptibles de ser consumidas por el hombre (el frijol y las pepitas).

 

 

Enrique Vela. Arqueólogo por la ENAH, editor, desde hace 30 años trabaja en el ramo editorial.

 

Vela, Enrique (editor), “La milpa”, Arqueología Mexicana, edición especial núm. 84, pp. 36-39.