Los alineamientos astronómicos 
de los volcanes

La arqueoastronomía investiga los fenómenos solares que se presentan en ciertas fechas del año a la salida o la puesta del sol en el horizonte, fenómenos que fueron observados desde puntos escogidos del paisaje, desde cerros o desde estructuras prehispánicas deliberadamente construidas en ciertos lugares. Estos alineamientos entre los volcanes fueron establecidos en términos del calendario mesoamericano. Se derivaban de la observación de los astros, lo que a su vez permitió la construcción del calendario. En estas observaciones los volcanes, como marcadores conspicuos del paisaje, desempeñaban un papel protagónico. Existen ya numerosos estudios especializados acerca de los fenómenos que se observaban sobre el Popocatépetl, la Iztaccíhuatl, la Malinche y el Nevado de Toluca; entre ellos podemos mencionar las aportaciones de Franz Tichy, Arturo Ponce de León, Rubén Morante, Stanislaw Iwaniszewski, Jesús Galindo, Ivan Sprajc, Arturo Montero, Tim Tucker y Johanna Broda. Sin embargo, falta aún integrar esos estudios monográficos en una sola perspectiva de interpretación.

En años recientes ha habido un avance en el registro y el estudio de los sitios arqueológicos de Alta Montaña en esta misma región; los datos se han registrado en el Atlas arqueológico de la alta montaña mexicana, publicado por Arturo Montero. En 2008 un grupo multidisciplinario del Instituto Nacional de Antropología e Historia, coordinado por Pilar Luna, Arturo Montero y Roberto Junco, exploró los sitios ubicados en el Nevado de Toluca e incluyó el buceo en las lagunas del Sol y la Luna que forman el paisaje espectacular del cráter del Chiucnauhtécatl. Las grandes cantidades de ofrendas de copal, los fragmentos de turquesa y los rayos-serpientes de madera que se han recuperado en esa exploración, indican que esas lagunas en lo alto de la “montaña de las nueve cumbres” eran un centro de peregrinación muy antiguo; se ubicaba en la región matlatzinca que en el siglo XV fue conquistada por los mexicas.

El mayor santuario de alta montaña se encontraba en la cumbre del Monte Tláloc, a 4 125 m de altura. Al igual que en el Nevado de Toluca, los mexicas, al llegar a dominar políticamente la Cuenca de México, establecieron ahí un templo en un antiguo lugar de culto que se remontaba por lo menos a tiempos teotihuacanos, es decir, a más de 1 000 años antes de los mexicas. A este santuario ascendían los gobernantes de la Triple Alianza a fines de abril, durante la época más seca del año, para pedir la lluvia a los dioses de las montañas. Tláloc, el dios de la lluvia, la tierra, la tormenta y el rayo, residía en lo alto de ese cerro, la deidad era el cerro mismo, y se identificaba con los fenómenos meteorológicos que producen los volcanes.

En las faldas de la Íztac Cíhuatl, la “mujer blanca”, existían asimismo numerosos lugares de culto a los que acudían los sacerdotes mexicas, y había otros en menor cantidad en el Popocatépetl. Otro volcán importante, a 3 930 msnm, es el Ajusco (Axochco, “en el lugar de la flor de agua”), donde también se han hallado vestigios de lugares de culto prehispánicos y donde se conserva hasta hoy la creencia de que en su cumbre se encuentran unas lagunas cuyos sumideros conectan con el mar. Pero no sólo en las altas montañas de la cuenca construyeron los mexicas sus adoratorios. Algunas formaciones volcánicas de menor tamaño, como el Zacatépetl (“Cerro del Zacate”), el Mazatépetl (“Cerro del Venado” o del Judío), el Huixachtécatl (Cerro de la Estrella), Chapultepec y la Sierra de Guadalupe, fueron igualmente integradas por los mexicas a un circuito ritual a orillas del lago en cuyo centro se encontraba la isla de Tenochtitlan. El Templo Mayor era el centro simbólico de esta región nuclear del imperio mexica, en el cual se integraban las montañas y sus lugares de culto en una geo- grafía sagrada que daba sustento ideológico al poder político.

 

Tomado de Johanna Broda, “Simbolismo de los volcanes. Los volcanes en la cosmovisión mesoamericana”, Arqueología Mexicana 95, pp. 40-47.

 

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