Rancherías, presidios, comercio y tradición en el sur de Texas. El Fuerte Lipantitlán

José Medina González Dávila

Con cada estudio emprendido en la región es cada vez más evidente que Lipantitlán era un amplio territorio sobre el margen austral del río Nueces, y que todavía hay muchos secretos por develar, los que esperan a ser descubiertos por la arqueología contemporánea. Lipantitlán, “lugar de los lipanes”, fue enclave comercial, región estratégica y baluarte histórico del sur de Texas y el noreste de México.

 

El noreste mexicano, así como el actual estado de Texas en Estados Unidos, han sido escenario de numerosos sucesos históricos que han moldeado a nuestro país y a nuestro vecino del norte. Ha sido cuna de numerosas culturas y grupos amerindios, muchos de los cuales sobreviven hasta nuestros días y reconocen en esta área su territorio ancestral y su hogar tradicional. Mientras que mucho de lo transcurrido en esta región fronteriza con nuestro vecino del norte ha sido registrado por la historia, existe un legado y patrimonio sociocultural que todavía espera a ser descubierto por la antropología contemporánea.

Desde incontables sitios arqueológicos hasta las historias orales de lo acontecido en la tradición de los grupos indígenas, la región comprendida por Texas, Coahuila y Nuevo León puede ser vista en términos antropológicos como un complejo socio-cultural específico, ya que a lo largo de este amplio espacio geográfico podemos ver una consistencia en la dinámica de las diferentes etnicidades amerindias que han reconocido a este territorio como su hogar.

En la actualidad, gran parte de la sociedad mexicana y estadounidense considera a la frontera binacional como un límite entre ambos países, y al río Bravo como una barrera divisoria entre los grupos humanos. Sin embargo, la evidencia arqueológica, histórica y antropológica nos demuestra que la cultura y la tradición no reconocen fronteras, y un río no es una barrera inflexible ni impermeable ante la constante interacción de los grupos amerindios que han poblado esta área.

Los primeros conquistadores españoles que arribaron a esta región en el siglo XVI reconocieron en este amplio territorio una continuidad dinámica no sólo en términos geográficos, sino en la dinámica de sus grupos amerindios. Coahuila y Texas fue uno de los 19 estados federales durante la Primera República Federal de México y siguió siéndolo hasta 1835 (Robles, 1938), en buena medida gracias a que los grupos sociales (indígenas y no indígenas) que la habitaban mantuvieron una interacción intensiva, la cual se reflejaba en la vinculación derivada de las actividades productivas y en el intercambio de bienes materiales. Sin embargo, el comercio de Texas y Coahuila precede por mucho al virreinato de la Nueva España y al México independiente, y se adentra al periodo denominado como Paleoindio (9200-6000 a.C.)

La arqueología, la etnohistoria y la antropología contemporánea traen a la luz lugares, sucesos e interacciones mayoritariamente olvidados del pasado de esta región, y nos recuerda la importante interconexión que existe entre dos territorios hermanados por una misma tradición pero separados por un río y una frontera internacional.

Uno de los tantos sitios arqueológicos que han caído en olvido de la memoria colectiva de la región es el Fuerte Lipantitlán: una amplia extensión a los márgenes del Río Nueces en el Condado de San Patricio, a aproximadamente treinta kilómetros del puerto de Corpus Christi en el Sur de Texas. Este sitio se caracteriza por la carencia de vestigios arqueológicos visibles en la superficie, la cual está cubierta por maleza y chaparral, y cuyo único elemento distintivo es una placa de la Comisión Histórica del Estado de Texas que caracteriza el lugar como el sitio de un fuerte mexicano durante el primer tercio del siglo antepasado.

Sin embargo, las investigaciones arqueológicas llevadas a cabo a finales del siglo pasado en el sitio del Fuerte Lipantitlán (designado como 41-NU-54), así como las llevadas a cabo por el Equipo de Exploración Arqueológica del Departamento de Parques y Vida Silvestre de Texas (Texas Parks and Wildlife Department, TPWD) en el periodo 2001-2004, las excavaciones arqueológicas conjuntas de la Texas A&M University-Corpus Christi y el Museo de Ciencias e Historia de Corpus Christi en el periodo 2008-2010, así como la investigación arqueológica y etnológica del autor (2009-2012), nos ofrecen una visión ampliada de este sitio, la cual nos permite una mirada a las complejas relaciones sociales, comerciales y culturales de los grupos indígenas y no indígenas que poblaron el Sur de Texas y el noreste mexicano (para mayor información en torno a los vestigios arqueológicos del sitio 41-NU-54 véase Jack Jackson, Margaret Howard y Luis Alvarado, 2006).

 

Del Paleoindio hasta el Protohistórico: los orígenes de Lipantitlán

Es innegable que en el sur de Texas ha habido ocupación amerindia desde hace aproximadamente 10 000 años, periodo que es conocido en la arqueología regional como el Paleoindio. Las excavaciones en las inmediaciones del río Nueces señalan que durante ese periodo la densidad poblacional era relativamente baja, y las actividades humanas primordialmente se concentraban en la cacería, la pesca y la fabricación de herramientas líticas rudimentarias. Sin embargo, el desarrollo tecnológico en la región durante el Arcaico Temprano (6000-2500 a.C.) indica la existencia de una estructura social cada vez más compleja, y existen indicios del empleo de lanzadardos o átlatl para la cacería de animales pequeños. La densidad poblacional aumentó y se concentró en campamentos cada vez más grandes durante el Arcaico Medio (2500-400 a.C.), los cuales muestran evidencia de ocupación estacional, que permite aprovechar al máximo las oportunidades que ofrecía el entorno.

El desarrollo tecnológico puede identificarse por medio de las herramientas líticas y óseas encontradas en las inmediaciones de 41-NU-54, las cuales consisten en puntas de lanza, lanzadardos e instrumentos para la talla de herramientas, así como núcleos líticos para la fabricación de cuchillos y otros objetos punzocortantes. Destaca la presencia de un cementerio a las orillas del río Nueces, lo cual demuestra la existencia de un desarrollo sociocultural y una noción de territorialidad considerable para una etapa tan temprana en la región.

Los vestigios del periodo Arcaico Tardío (400 a.C.-700 d.C.) indican avances en el desarrollo de las sociedades amerindias en los márgenes del río Nueces, ya que se observa una tendencia cada vez más inclinada al sedentarismo y a una primigenia agricultura, complementada con la caza, la pesca y la manufactura de cerámica rudimentaria. Las inmediaciones de 41-NU-54 se destacan de otras regiones del sur de Texas por el desarrollo social que se puede inferir de los sitios arqueológicos, el empleo de nuevas tecnologías líticas y de manufactura de cerámica, y el aumento poblacional. A este periodo corresponden las primeras evidencias del uso del arco y la flecha, tecnología que dio inicio al Prehistórico Tardío en la región (800-1650 d.C.), periodo en el cual llegaron al río Nueces nuevos pobladores amerindios y, posteriormente, europeos.

Durante esta etapa, posiblemente durante el siglo XIV, algunos grupos amerindios migrantes de lengua atapascana arribaron al río Nueces. Éstos, conocidos en la literatura contemporánea como apaches, hicieron del territorio del centro y sur de Texas su hogar, destacándose en esta región los lipanes. Al ser el grupo más pequeño –y lamentablemente el menos estudiado por la antropología– de los atapascanos del sur, los apaches lipanes son parte del macro-grupo apacheano que migró desde la costa occidental del actual Canadá hasta el suroeste de Estados Unidos y el Norte de México. Los lipanes se establecieron al este de esa amplia región geográfica, e hicieron de la región central y costera de Texas y del noreste mexicano su territorio tradicional (véase Medina González Dávila, 2011).

Contrario a la creencia popular ampliamente difundida por la historia decimonónica, los lipanes –al igual que el resto de los grupos apaches– no se caracterizaron por ser un grupo depredador sino comercial (Forbes, 1960, pp. 26-27). Con una economía basada en la cacería de búfalo (Bison bison o bisonte americano) y venado (principalmente el Odocoileus virginianus), y en la manufactura e intercambio de bienes, herramientas y ornamentos, los lipanes establecieron importantes relaciones comerciales con otros grupos amerindios en el suroeste de Estados Unidos y el norte de México hasta la llegada de los españoles, en el siglo XVI, los cuales rompieron esas relaciones. Sin embargo, la evidencia etnohistórica en la región muestra que los lipanes continuaron en mayor o menor medida con dichas relaciones comerciales con los grupos indígenas y no indígenas al menos hasta mediados del siglo antepasado (Medina González Dávila, 2009, y 2011, pp. 101-103).

De acuerdo con la historia oral de los apaches lipanes de Texas y Coahuila, en los márgenes del río Nueces se estableció una gran ranchería lipán, la cual se mantuvo durante el periodo de la Nueva España y hasta principios del México independiente. Los relatos de los lipanes contemporáneos indican que el sitio fue habitado de manera semipermanente, y que las actividades principales eran la cacería y el intercambio de bienes entre los diferentes grupos amerindios de la región. Éste es, muy posiblemente, el origen de Lipantitlán.

 

José Medina González Dávila. Doctor en antropología social por la Universidad Iberoamericana. Especialista en antropología militar y etnología de Norteamérica.

 

Medina González Dávila, José, “Rancherías, presidios, comercio y tradición en el sur de Texas. El Fuerte Lipantitlán”, Arqueología Mexicana núm. 130, pp. 80-85.

 

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