Tigres, tigrillos, leones y tecuanes

Elisa Ramírez

"El tigre anda y vive en las sierras y entre las peñas y riscos, y también en el agua. Es noble, y dicen es príncipe y señor de los otros animales. Y es avisado y recatado, y regálase como el gato, y no consiente trabajo alguno. Y tiene asco de ver cosas sucias y hediondas, y tiénese en mucho. Es baxo y corpulento, y tiene la cola larga, y las manos son gruesas y anchas, y tiene el pescuezo grueso. Tiene la cabeza grande; las orejas son pequeñas; el hocico, grueso, carnoso y corto, y de color prieto; y la nariz tiene grasienta: y tiene la cara ancha y los ojos relucientes como brasa; los colmillos son grandes y gruesos: los dientes menudos, chicos y agudos: las muelas anchas de encima; y la boca muy ancha. Y tiene uñas largas y agudas. Tiene pescuños en los brazos y en las piernas, y tiene el pecho blanco; tiene el lomo lezne. Y como crece se va manchando, y crécenle las uñas, y agarra; crécenle los dientes y las muelas y los colmillos. Y regaña y muerde y arranca con los dientes, y corta. Gruñe, y brama sonando como trompeta"

(Sahagún, 2000, p. 987).

 

El texto con que abre este articulo es de los informantes de Sahagún, que continúan así la descripción: es de muy larga vista, al ver un cazador no huye, sino hipa y con su hipo le desmaya; éste le lanza la primera flecha y el tigre la toma con su mano y la hace pedazos con los dientes, no pueden lanzársele más de cuatro saetas. Da un salto como volando, mata al cazador, lo come. Si el tigre destruye la primera saeta, se le engaña poniendo en la segunda una hoja para herirlo. Muere sin cerrar los ojos, parece vivo. “El tigre blanco dicen que es capitán de los otros tigres, y es muy blanco” (Sahagún, 2000, p. 988). Así es el jaguar albino capturado recientemente en la Chinantla, Oaxaca. Dicen que brilla de noche, que es brujo; reluce, mete gran miedo y –como rondaba por tierras de ganado- hace gran prejuicio a los animales. Con gran cautela y reverencia los habitantes de la sierra le atraparon y llevaron hasta la capital del estado, donde está encerrado en un zoológico cercano, de donde pronto le liberarán con un collarín que permita a los científicos conocer sus hábitos y andanzas.

En Tenosique. Tabasco, hay una danza llamada pocbó, como la flauta que toca la música, que se baila el Miércoles de Ceniza. Participa un grupo de danzantes: las mujeres usan sombrero de palma y faldas floreadas y los jóvenes del grupo de tigres llevan los cuerpos blanqueados con cal y van cubiertos con pieles de ocelote. Al extender los brazos en hileras parecen antiguas tiras de matrículas donde consta el tributo de estas finas pieles. Al agacharse para que las mujeres se sienten sobre ellos, son semejantes a los tronos de los nobles prehispánicos, cubiertos con las mismas pieles para denotar lujo y poderío.

Cacaxtla, Tlaxcala -alejado en tiempo y espacio-, nos muestra un guerrero con una piel amarrada al cuello. En Chamula, Chiapas, se le usa para colocar las ofrendas del día de San Sebastián, que llevan hasta Piedra del Jaguar, donde nace el agua. Animal acompañante de los hombres más importantes, curanderos y adultos con cargo, en los Altos de Chiapas entender su lenguaje o encontrárselos es señal; los tigres temen al tabaco y a la cruz.

Tigre y tigrillo se confunden en la nomenclatura, los disfraces y las danzas, a pesar de que un jaguar pesa hasta cien kilos y un ocelote apenas llega a los quince. Ambos, con leones y tecuanes, son la representación en muchos pueblos indígenas contemporáneos y antiguos del máximo poderío, nobleza, valentía y violencia, sea en su forma animal o como naguales de los hombres poderosos y de los brujos más malignos.

Según la Leyenda de Los Soles, el primer Sol fue nahui océlotl y sus habitantes fueron devorados por los tigres. Más tarde, cuando se creó el mundo que habitamos, el niño buboso Nanahuatzin se sacrifica lanzándose a una gran hoguera para convertirse en Sol. Tras él se arrojan al fuego e l águila, que tiene las plumas quemadas, y el tigre, a quien los tizones sólo chamuscaron pedazos de pelo, por lo cual hasta ahora es pinto. En el antiguo mundo náhuatl, a los guerreros más diestros se les llamó cuahtlocélotl, pues se considera que toman su fuerza y arrojo de aquel momento primordial de la creación.

Océlotl también fue uno de los nombres con los cuales se invocaba al Sol, pintado de negro y pardo; fue nombre de uno de los días y quienes nacían bajo su signo serían buenos guerreros. Como nagual de Tezcatlipoca se le ve en el cielo nocturno, pues el jaguar muestra sobre la piel un firmamento lleno de estrellas.

Algunos estudiosos, como Linda Schele, han interpretado las canoas labradas mayas -una de ellas conducida por un remador jaguar- como la Vía Láctea. La constelación de Capricornio es identificada por la autora como e l remero-jaguar que conduce por los cielos a este conjunto de estrellas.

El sacerdote-jaguar -en el Chilam Balam- es quien con su sabiduría y en su papel ceremonial pronuncia las profecías de los libros sagrados de los mayas: serán años buenos pues serán arrancadas las garras del puma y del jaguar; o bien, será devorado el rostro del Sol, será devorado el rostro de la Luna y hablará el Balam. Entre los acertijos que se hacían como prueba entre los señores de Zuyuá se encuentran estos dos, que aparecen en el Chilam Balam de Chumayel: "Se les pide a los muchachos que traigan un sol, con una lanza de cruz en el corazón y un jaguar verde en su corazón. Lo que deben traer es un huevo frito, bendito y con chile verde. Se les pide que traigan una luciérnaga de la noche lamida por la lengua del jaguar rojo. Lo que deben traer es un cigarro ya encendido por la lumbre" (El libro de los libros del Chilam Balam, 1948, p. 215).

Los gemelos Hunahpú y Xbalanqué, en el Popol Vuh, al bajar al inframundo deben pasar una noche en la Casa de los Jaguares, de donde escapan alimentándolos con huesos y diciéndoles que desde ahora les pertenecen. Esta prueba es la intermedia entre la Casa del Frío y la Casa del Fuego.

 

Elisa Ramírez. Socióloga, poeta, escritora para niños y traductora. Colaboradora permanente de esta revista.

 

Ramírez, Elisa, “Tigres, tigrillos, leones y tecuanes”, Arqueología Mexicana núm. 72, pp. 58-61.

 

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