Brazaletes de conchas marinas dan identidad a los pueblos del desierto de Sonora

Muros de piedra que acogen la espiral del mar. Así define la arqueóloga Elisa Villalpando Canchola al pueblo prehispánico Cerro de Trincheras: un centro rector tan importante como Paquimé en Chihuahua, construido en la ladera de un cerro de 170 metros de altura en cuya cima se encuentra un espacio abierto, delimitado por muros de más de metro y medio de altura colocados en forma de espiral: semejante a la concha de un caracol seccionado.

Una de las hipótesis respecto a la razón para construir ese pueblo sobre la ladera de un cerro aislado propone que se trata de un centro de distribución especializado en la manufactura e intercambio de concha trabajada.

Lo que está confirmado por la arqueología es que los habitantes de Cerro de Trincheras produjeron gran cantidad de ornamentos de ese material marino hace 600 años, aunque la tradición entre los pueblos del desierto sonorense viene de tiempos más lejanos, probablemente desde el periodo Arcaico, unos 4,800 años antes del presente, por unas pequeñas cuentas circulares perforadas descubiertas en el sitio Fin del Mundo, hasta que su desarrollo alcanzó una compleja tecnología que dio a luz sofisticados objetos en Cerro de Trincheras.

En 25 años de investigación, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y la Universidad de Binghamton, EU, han recuperado tan sólo en Cerro de Trincheras más de 7 kilogramos de concha marina trabajada, correspondiente a 52 géneros y 69 especies procedentes del Golfo de California. Los géneros más comunes son Glycymeris (54%) y Connus (26%), con los cuales se elaboraron cuentas (21.6%), anillos (20%) y brazaletes decorados con hermosos grabados de motivos geométricos (17%).

La arqueóloga Elisa Villalpando Canchola, co-directora del proyecto de investigación en Cerro de Trincheras  y La Playa, explica que las conchas no sólo han servido a los grupos humanos como fuente de alimento, sino su uso ornamental ha sido importante marcador de estatus social, identidad grupal, incluso de género, edad y relaciones entre diferentes grupos. Es el caso de las primeras comunidades de agricultores del desierto de Sonora, donde los rastros arqueológicos indican la existencia de antiguos talleres de producción de ornamentos elaborados con el caparazón de bivalvos y caracoles.

Durante los últimos años, Elisa Villalpando ha estudiado en aquella región de clima extremo y suma erosión, dos grandes conjuntos de materiales arqueozoológicos: uno procedente de las comunidades Trincheras y su centro rector Cerro de Trincheras, que datan de 1300-1450 de nuestra era, y el otro recuperado en La Playa, otro importante sitio prehispánico, más antiguo que Trincheras. Ambos asentados en el área del desierto de Altar y el valle del río Magdalena, al noroeste del estado de Sonora.

Con una historia de alrededor de 10,000 años de ocupación, La Playa conservó grandes cantidades de concha marina, señal de que la producción de ornamentos con esta materia prima fue una de las actividades más comunes. Ahí, los arqueólogos han localizado evidencias de la tecnología de ornamentos de concha de la almeja Glycymeris posiblemente más antigua de las culturas del desierto sonorense. Corresponden con comunidades de agricultores de entre el 850 a.C. al 200 d.C. Se caracterizan por ser aros sencillos, de unos seis centímetros de diámetro, que se obtenían trabajando para adelgazar la parte central de las conchas que desprendían por percusión.

Por las dimensiones de los aros, estos no pudieron ser usados como brazaletes ni pulseras; en cambio, Elisa Villalpando propone que eran cuentas de collar o aretes de grandes dimensiones, similares a los que aparecen en los personajes plasmados en los petrograbados de otro sitio cercano a La Playa, llamado La Proveedora.

Asimismo, ha advertido que los “aretes” no se producían para ser usados por la población local de La Playa, en tanto no se han encontrado en los entierros como parte del atuendo de los individuos; éstos tienen cuentas y pendientes de conchas nacaradas y caracoles sólo perforados. Por tal motivo suponen que los aros eran objetos de intercambio con otros grupos establecidos más al norte o el oeste.

A pesar de su sencillez, el proceso de elaboración de los aros debió tener alto grado de dificultad porque se les rompían constantemente durante la manufactura, lo que se ha advertido por la gran cantidad de desperdicio localizado en el sitio, explica Elisa Villalpando.

Pero con el tiempo, los pueblos del desierto desarrollaron mejores tecnologías para trabajar las almejas: en el periodo cerámico (200 a 1300 d.C.) la técnica era de tallado mediante fasetas de la parte alta de la concha; entonces lograron aros de mayores dimensiones: se han encontrado de hasta 12 centímetros de diámetro y de medio a un centímetro de anchura. Se sabe que esos objetos se usaron como brazaletes y pulseras por las comunidades del desierto.

Los aros como brazaletes se convirtieron en uno de los elementos comunes a todas las sociedades prehispánicas del noroeste de México y suroeste de Estados Unidos: la producción es evidente en varios sitios arqueológicos de ambos países y con diferentes tecnologías, destaca la arqueóloga.

La estudiosa, interesada en el conocimiento de los grupos prehispánicos de las costas y el desierto de Sonora, estado donde reside desde 1979, advierte que los aros más sofisticados fueron logrados por los grupos Hohokam, establecidos en el desierto de Arizona, y las comunidades Trincheras de Sonora.

Los Hohokam desarrollaron una tecnología con la que prácticamente desaparece toda la parte alta de la concha por tallado, incluso en los espacios donde elaboraban las piezas quedaron las marcas de polvo de concha, lo que no sucede en las culturas sonorenses, en cuyos talleres de faseteado se han localizado fragmentos mucho más grandes, no polvo, explica.

Sin embargo ambas comunidades, ya obtenido el aro, tallaban sobre su superficie para producir grabados con grecas y diseños geométricos, a manera de adorno; en el caso de Sonora, muy similares a las formas de los petrograbados y la cerámica polícroma de la cultura Casas Grandes, incluso pudieron intercambiarlos por vasijas Paquimé. De estas piezas, en Trincheras se han encontrado numerosos fragmentos aunque hasta el momento no ha sido posible recuperar un brazalete grabado completo. En cambio, en sitios de Arizona y Nuevo México sí se han descubierto varios completos, algunos con aplicaciones de turquesa.

Las diferentes tecnologías y piezas producidas dan una identidad a cada comunidad del desierto. Todo apunta a que la primera técnica fue la perforación para usar conchas y caracoles como cuentas pero ese proceso no era tan complicado. En cambio, elaborar aros implicaba una tecnología sofisticada que permitiera manufacturar la pieza sin romperla en el proceso, dice Elisa Villalpando.

Caracoles perforados y los aros sencillos se han encontrado en La Playa y en sitios Hohokam de Arizona, donde han podido fecharse por contextos de excavación. En tanto en La Playa sólo se han encontrado a nivel de superficie por lo que su datación se ha hecho a partir de la antigüedad de los entierros en los que estaban colocados. Las fechas coinciden con la fase Ciénega (850-500 a 200 a.C.)

Elisa Villalpando advierte que hay que recordar que son poblaciones que no tenían la frontera internacional actual: son los mismos grupos culturales que habitaban el desierto sonorense, cultivando en las primeras aldeas de la cuenca de Santa Cruz, en Tucson, y en el valle de Magdalena, Sonora: comunidades pequeñas de agricultores emparentados que vivieron un momento de experimentación agrícola, manipulando el agua a través de canales de irrigación.

Los avances de investigación sobre el uso de ornamentos de concha en los primeros agricultores del desierto sonorense fueron presentados en el ciclo de conferencias tardes de CafeINAH que organiza el Museo Regional de Sonora.

 

Dirección de Medios de Comunicación (INAH)