Gloria y esplendor de los aztecas

Felipe Solís

Con la entronización del quinto señor, Moctezuma Ilhuicamina o Moctezuma I, en 1440 d.C., se consolida el periodo de esplendor y dominio militar de los aztecas en una gran parte de Mesoamérica. Ese periodo, iniciado con la Triple Alianza en 1428, fue acertadamente definido por Miguel León-Portilla como “los cien años de esplendor del Pueblo del Sol” y conformó el “mundo azteca” que conocieran los españoles en el siglo XVI. Los propios aztecas relatan su penosa migración desde Aztlan -de donde habían salido en el año 1 pedernal (1113 d. C.)- hasta su llegada a la cuenca lacustre y la posterior fundación de México-Tenochtitlan, en el año 2 caña (1325 d.C.). Correspondió a los antecesores del quinto huey tlatoani (supremo gobernante) -desde Ténoch hasta Itzcóatl- luchar denodadamente para superar las inclemencias del entorno natural, pues el sitio que habitaban se encontraba en los islotes lodosos de la sección occidental del lago de Texcoco. Sin embargo, el reto más importante fue sobrevivir y aprovechar las intrigas y luchas intestinas entre los caudillos de la región, principalmente los ambiciosos tepanecas de Azcapotzalco, que habían dominado sangrientamente a los demás señoríos.

En aquel universo dominado por los aztecas, su idioma, el náhuatl, fue la lingua franca que permitió establecer relaciones políticas, culturales y comerciales entre las diversas naciones vecinas - lo que probablemente también había ocurrido, siglos atrás, durante el dominio teotihuacano. Durante el Posclásico Tardío, el náhuatl fue sin duda el mejor vehículo de comunicación. Las evidencias de aquel predominio han sobrevivido hasta nuestros días, principalmente en la toponimia, y hoy encontramos la nomenclatura de cerros, ríos e incluso de ciudades en el idioma de los aztecas, no obstante que los habitantes de la localidad hablen mixteco, zapoteco, totonaco o alguna otra de las múltiples lenguas autóctonas que aún se utilizan.

Para mediados del siglo XV -época de Moctezuma I- , México-Tenochtitlan era ya la urbe emblemática por excelencia en el Altiplano Central y al advenimiento de la siguiente centuria se convirtió en la ciudad más bella y poderosa de Mesoamérica. México-Tenochtitlan y su vecina México-Tlatelolco (sojuzgada por Axayácatl, nieto de Moctezuma) se caracterizaban por su condición insular.

En México-Tenochtitlan, fundada por Ténoch y sus correligionarios, se materializaba la imagen del cosmos, con sus cuatro barrios principales: Teopan, Cuepopan, Moyotlan y Atzacualco, ubicados de tal modo que se asociaban con las cuatro esquinas o rumbos del universo. En el centro se erigió el Recinto Ceremonial, de planta cuadrangular, en el que se alojaban los principales edificios rituales; entre éstos destacaba, por sus dimensiones y significación, la pirámide doble con los templos de Huitzilopochtli y Tláloc, orientados hacia el poniente. Otros edificios sacros ele gran relevancia eran el Templo de Tezcatlipoca, el de Ehécatl-Querzalcóatl - cuya fachada estaba orientada al nacimiento del Sol-, la cancha del juego de Pelota, el espacio bardeado donde se celebraba a Mixcóatl -deidad de la cacería- y el calmécac, la escuela de los pillis, la nobleza.

El ingenio constructivo de los aztecas se aprecia en las calzadas que unían a las ciudades con tierra firme, edificadas sobre pilotes. Las que comunicaban a Tenochtitlan eran la de Iztapalapa, que corría hacia el sur y el oriente; la del Tepeyac, que se dirigía al norte, y la de Tlacopan (Tacuba), al poniente, considerada la de mayor importancia, ya que por en medio se hallaba el acueducto de doble cañería que conducía el agua potable a la ciudad, desde Chapultepec.

Como todas las urbes de su tiempo, la capital de los aztecas estaba conformada por las sencillas casas habitación  de los macehuales, el pueblo común o los plebeyos, edificadas por lo general sobre chinampas alrededor de la ciudad y construidas de madera, paja y lodo, con cuartos  para descansar, pequeñas bodegas y la cocina. La nobleza, encabezada por el tlatoani, habitaba en conjuntos multifamiliares, a los que  desde la llegada de los españoles se les conoce como “palacios”,  cuya construcción era más maciza y duradera. En realidad,  se trataba de cuartos de diversas dimensiones ubicados alrededor de patios, edificados con piedra y argamasa, cubiertos de estuco y, dependiendo  de la importancia del propietario, adornados con relieves y pinturas murales.

La arquitectura monumental, vinculada con las actividades rituales,  mostraba un estilo propio de la época, que se había originado en Tenayuca y se caracterizaba por la presencia de pirámides dobles que se asociaban con las deidades supremas vigentes entonces, la dupla primordial. Los cuerpos escalonados de los basamentos se distinguen por  su verticalidad y por la presencia de clavos arquitectónicos en forma de cabezas de animales, principalmente serpientes. Un dado arquitectónico remata la sección superior de las alfardas y sirve de sustento a braseros y a portaestandartes. Los basamentos de planta circular y -el templo de aspecto cilíndrico, con techo cónico,  eran característicos del culto a Quetzalcóatl, en su advocación de patrono de los vientos. México-Tenochtitlan y las otras capitales indígenas de su tiempo se enriquecieron con pinturas y ornamentos labrados en piedra que recreaban la ideología de entonces. Los testimonios más  fehacientes son las impresionantes banquetas con procesiones de guerreros ricamente ataviados, indudable herencia tolteca que procedía, a su vez, de las lejanas tierras mayas, particularmente de Chichén Itzá.

A partir del gobierno de Moctezuma I floreció la tradición escultórica monumental que dio gloria y fama a los aztecas. Esta tradición se había originado en el ambiente cultural y religioso de las ciudades y estados que precedieron  al poderío de México-Tenochtitlan, principalmente en Chalco, Xochimilco y Texcoco, en cuyos talleres se formaron los  más notables artistas de la época. Éstos se especializaron no sólo en la talla de rocas duras sino también en la selección, ubicación y extracción de los bloques pétreos de mayor utilidad para la elaboración de monolitos de gran magnificencia, como la Piedra del Sol, la Coatlicue Monumental y muchos otros ejemplos más, destinados a convertir a la capital azteca en el axis mundi por excelencia.

 

Felipe Solís Olguín (1944-2009). Licenciado en Arqueología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Maestro en Ciencias Antropológicas por la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México. Desde 1972, fue investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con el cargo de Curador de las Colecciones Mexicas del Museo Nacional de Antropología. A partir del año 2000, y hasta su fallecimiento, ocupó el cargo de Director del Museo Nacional de Antropología.

Solís Olguín, Felipe, “Gloria y esplendor de los aztecas”, Arqueología Mexicana, edición especial, núm. 13, pp. 10-15.