Por mandato divino, se llamaron mexicas

Michel Graulich

Entre el mito y la historia. Las migraciones de los mexicas

La civilización mexica es la mejor documentada de toda la América precolombina, a pesar de lo cual, subsisten varias incertidumbres y lagunas en todos los aspectos culturales. En particular, los orígenes de los mexicas están anegados en las brumas del mito. Mito y leyenda son omnipresentes en las crónicas. Aun si la historia llega a predominar, a medida que se avanza en el tiempo el mito resurge con fuerza en los relatos entorno a la conquista española. Este proceso de “mitificación” no ayuda a entender la historia de los acontecimientos, pero en cambio nos instruye de manera extraordinaria sobre el pensamiento, las motivaciones y la mentalidad de los antiguos mexicanos, y también sobre su talento para realizar una muy consciente manipulación de los hechos.

¿Qué era Aztlan?

El nombre de aztecas designa a los pueblos originarios de la isla de Aztlan; según ciertos documentos, éstos eran los xochimilcas, chalcas, tepanecas, colhuas, tlahuicas, tlaxcaltecas y mexicas, aunque otras fuentes proporcionan datos diferentes. Pero, ¿qué era Aztlan?: ¿una tierra de origen real, situada en alguna parte al norte o noroeste del centro de México?, o bien, ¿una isla mítica? Todo parece indicar que la segunda hipótesis es la correcta, dado que el tema de un pueblo que sale de una cueva o de una isla rodeada de agua evoca al niño que sale de la matriz de su madre, en donde vivía en el líquido amniótico. Para los mexicas, Aztlan era un lugar paradisiaco, como lo era para el niño el vientre de su madre. Además, en cuanto isla situada enfrente de Huey Colhuacan. Aztlan era claramente una proyección al pasado de México-Tenochtitlan, que se localizaba frente a Colhuacan, en la ribera de la Cuenca de México. Aztlan estaba dividida en cuatro barrios, que eran los mismos que los de Tenochtitlan, y a veces se llamaba México la Vieja. En la lejana isla de Aztlan, los mexitin vivían en concordia con otros pueblos. Sobrevino un conflicto, como resultado del cual Aztlan fue abandonada. Lo mismo cuentan las fuentes sobre los toltecas, también oriundos de una isla, Huehuetlapallan, la cual tuvieron que abandonar después de un conflicto. También de otros pueblos se dice que vinieron de más allá del mar, como los tarascos o los quichés. Todos los pueblos que vivieron en el Tollan paradisiaco o en Tamoanchan salieron igualmente después de un conflicto. En todos los casos se trata, efectivamente, de un mito.

La migración

En el año 1 pedernal (fecha simbólica que corresponde a 1168 d.C.), los mexitin se pusieron en camino, llevando con ellos la imagen del dios Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo –relacionado explícitamente con el Sol por los informantes de Sahagún–, quien les había prometido, siempre y cuando le rindieran culto, protegerlos y conducirlos a una tierra de abundancia, desde donde dominarían el mundo.

Se trata del tema también de sobra conocido del viaje a la tierra prometida, un viaje de las tinieblas hacia la luz: en donde fundaran su ciudad, el Sol se levantaría. Por órdenes de su dios se separaron de los otros grupos, que serían los primeros a los que someterían ya en la tierra prometida. Poco después, personajes pertenecientes al grupo de los mimixcoa –prototipos de las víctimas para sacrificio obtenidas en la guerra y, en este caso, representantes de los nativos de la tierra prometida–, se les aparecieron tendidos sobre unas plantas.

Los mexitin recibieron de Huitzilopochtli, quien se les apareció bajo la forma de un águila (animal solar), un arco y unas flechas, así como un nuevo nombre, el de mexicas. Sellaron su pacto con él, inmolando a los mimixcoa en su honor. Desde entonces, harían la guerra para nutrir al Águila-Sol con corazones humanos y asegurar, de este modo, el buen curso del mundo.

Pero los migrantes debieron afrontar la hostilidad de las fuerzas femeninas, telúricas, que temen el nacimiento del Sol guerrero que dominará a la tierra productora. En el mito de las migraciones estas fuerzas están representadas por Cihuacóatl o Malinalxóchitl, hermanas de Huitzilopochtli, quienes intentan detener, es decir, sedentarizar, a los migrantes, comiendo sus corazones o sus pantorrillas para inmovilizarlos. Siglos después, Motecuhzoma II mandará hechiceros para que se coman los corazones y las pantorrillas de otros migrantes, los españoles, con el éxito que conocemos.

 

Michel Graulich (1944-2015). Doctor en filosofía y letras por la Universidad Libre de Bruselas. Profesor de la Escuela Práctica de Altos Estudios (sección Ciencias Religiosas) de París.

Tomado de Michel Graulich, “Entre el mito y la historia. Las migraciones de los mexicas”, Arqueología Mexicana, núm. 45, pp. 75-79.

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